Tequila, sol y sexo

Ir a la tienda | Redacción Nonita


Perdí el número de la cantidad de orgasmos que le he dedicado a Daniela. No he vuelto a percibir la sensación de su piel en ninguna otra: porcelanosa, ligera, de vainilla.

Era nuestra segunda fiesta de intercambio, con la jocosidad propia de la situación, empacábamos la maleta para el viaje; en esta ocasión no sería solo una fiesta de unas cuantas horas de la que podríamos escapar si algo no anduviese bien, esta vez serían tres días en un hotel fuera de la ciudad junto a 30 parejas más. – No empaques tanta ropa, finalmente estaremos más desnudos que vestidos, le dije entre risas mientras encajaba un beso corto en sus labios. La idea me sobrepasaba, he de admitirlo. Una cosa es imaginar un escenario hipotético de muchas personas bebiendo y haciendo orgías, y otra es saber que vamos rumbo a ello. Los bacanales de la antigua Roma saldrían de mito, gracias a la temeraria astucia de este par de literatos enamorados.

De camino, hicimos nuestro ritual para esta clase de eventos, el cual contemplaba siempre la conversación imprescindible, la que marca el ritmo, la pauta y las reglas: ¿Qué esperas? ¿Qué quisieras? ¿Cuál será nuestra palabra de seguridad? ¿A qué estás dispuesto? Y la más importante: ¿Cómo te sentirías si...? Preguntas acertadas como garantía de consciencia, cuidado y amor, muchísimo amor: "Entramos juntos, salimos juntos..." Si algo me enseñó la primera fiesta swinger, es que para participar de estos eventos es necesario ser un equipo. Estas fiestas son un auténtico desafío que requiere de estrategia, comunicación y percepción; aprender a identificar las situaciones y precipitarlas, sea para bien o para mal; leer el lenguaje corporal del otro y a su vez, conservar una mirada periférica que garantice que todo marcha bien.

Me estaba acomodando la tira de mis tangas del traje de baño, cuando sentí el murmullo y la mirada de dos chicas. Hablaban de mi cola, por supuesto. Por alguna extraña razón no me sentí intimidada, ni malinterprete su cuchicheo como usualmente lo hubiese hecho en otro espacio. Les miré con un morbo retador que hizo las veces de invitación a un juego de miradas que duró toda la tarde. Allí, no existen envidias ni rivalidades entre las mujeres, o si las hay, se curan follando; cualquier aproximación de una chica a otra no sería con alguna intención distinta a un trago, una conversación o un orgasmo, era una especie de sororidad que no terminaba de entender. De hecho, en estos encuentros somos las mujeres quienes mediamos las cosas, acordamos lo que queremos y finalmente accedemos. Los hombres solo se limitan a esperar ansiosos nuestra negociación, y la decisión final del cónclave.

Una de ellas tenía el pelo negro hasta la cola, era delgada y su cuerpo parecía un lienzo lleno de tatuajes, su mirada era lasciva, intrépida y misteriosa. A su lado estaba Daniela, alta, esbelta, rubia y de facciones caucásicas; una energía desparpajadamente sensual que llamaba mi atención. Llevaba un vestido de baño azul, los triángulos de su brasier se ajustaban de forma perfecta al tamaño de sus pezones rosados, sus senos eran naturales y caían con precisa forma redonda de su pecho delicado. Su cintura marcaba una curva pronunciada que terminaba en el inicio de sus caderas pronunciadas. Al día de hoy, no he vuelto a sentir la sensación de una piel parecida.

Pedimos tequila y cerveza mientras brindábamos bajo al sol, confío mucho en el resultado de la ecuación del sol y el tequila. Nos acomodamos en una sombrilla mientras apreciábamos el paisaje: mujeres desnudas, en toples, hombres desnudos; con y sin erecciones, personas mayores, jóvenes, cuerpos naturales que se valen de la comodidad para romper con la hegemonía.

Algunos bailaban en medio de la piscina sin importar nada, nada más que la disposición y voluntad de placer. En medio del paisaje hedonista y libre, adoraba sonreírle mientras me miraba fijamente y se servía un shot, coquetearle cada tanto era el vínculo y lenguaje tácito para permitirnos fantasear y disfrutar de nosotros allí: tranquilos, compañeros y cómplices...

Después de un beso y con su mano sujetando fuertemente la mía, esbozó un gesto indescifrable, parecía travieso pero también era prudente, me dijo que le gustaba aquella chica señalando diagonal, o sea Daniela. Coincidimos en los gustos. Sin dudar un segundo, me puse de pie y con un trago en la mano me dirigí hacia ella, el agua de la piscina resbalaba por mis piernas morenas y torneadas y mi entrepierna palpitaba en cada paso. — ¡Hola! ¿Qué están tomando? Le pregunté. —Vengan con nosotros, respondió sin parpadear y quitarme la mirada de mi boca.

Estaban con un chico moreno y tatuado, llevaba unas cuerdas negras con las que estaban haciendo amarres shibari a las chicas. Una mujer completamente desnuda con un succionador de clítoris en la mano me preguntó si quería un amarre, el succionador en su mano se veía tan excitante como amenazante. Accedí. Daniela me tomó de la mano como una amiga que guía a la otra y sin titubear le dijo al moreno: - Amárrame con ella. Todo en medio de una conversación espontánea y risueña, sin espacio para la impresión o la duda. Sí es sí, no es no.

Empezó a enredar las cuerdas negras por nuestros cuerpos dejándonos de espaldas y rozando cola con cola. Apretó nuestros senos aplicando tensión para que los pezones se brotaran y enrojecieran, pasó las cuerdas por la cintura y en la entrepierna, dejó una cuerda justo en el clítoris; cada que la otra se movía esta cuerda se tensaba y nos estimulaba a ambas. Completamente amarradas, sus manos empezaron a apretar mis nalgas, lo hacían con una fuerza torpe y carnal, mientras repetía una y otra vez: — Me encantó desde que lo vi, se siente delicioso en mis manos… abría sus dedos intentando abarcarlo todo, como si no quisiese perderse un centímetro de él.

Su voz me hacía apretarme, correspondía su gesto cerrando entre mis manos y su cola también, las yemas de mis dedos se movían desesperadas entre la imposibilidad de moverse y las ganas de explorar mucho más. A nuestro alrededor todos miraban casi extasiados, aunque, la experiencia con ella estaba siendo tan nuestra, que no reparaba mucho en lo que estaba sucediendo alrededor. La chica del Satisfyer se acercó a nosotras con esos aires risueños que me hacían sentir en confianza, me mostró el juguete y sonreí, por lo que procedió a jugar con él en nuestros cuerpos. Se detuvo en frente de Daniela y pasó el juguete mágico por sus pezones duros, su cuerpo reaccionó al cosquilleo y se estremeció haciendo que la cuerda se tensara y mi entrepierna quedara cada vez más apretada por las cuerdas. En seguida, aquella chica de crespos, se hizo de rodillas ante mi pelvis, yo esperaba que usara el juguete pero en cambio procedió su boca, la sorpresa hizo que mis rodillas temblaran y las piernas se desvanecieran. Mojé las cuerdas.

Felipe, mi partner in crime en el amor y en la vida, nos miraba con sus ojos muy abiertos en un gesto inefable; no podría definirlo con alguna metáfora relacionada a un niño y la sorpresa, más bien, podría decir que era la mirada de un hombre seguro al que la tranquilidad de su experiencia le permitía la frescura de la situación. Sentí como él se aproximó a Daniela, no demoré en escuchar de la voz de Daniela los gemidos más genuinos. Quería verlos, pero las cuerdas me impedían el movimiento, sentía a través de ellas el placer de Daniela, el placer provocado por Felipe. En un intento escapista logré ubicar mi mano en su vagina, al entrar en aquel camino estrecho, sentí los dedos de él, nuestros instintos se habían reencontrado en la intimidad de su cuerpo. Como si se tratase de algo sagrado, maniobramos nuestras pulsiones al tiempo que ella agradecía con sus jadeos la caricia. Las cuerdas se tensaban cada vez más como si presintieran cómo íbamos a llegar. El epítome de aquella sinergia sublime sucedió cuando por nuestros dedos resbalaban abundantes las gotas de su disfrute… Felipe observaba sus dedos y jugueteaba con tal elixir como si se tratara de su primera vez, se paró en frente mío y metió los dedos en mi boca, los saboreé procurando prolongar el sabor, quería más, mucho más.

Una vez liberadas por las cuerdas, no pude evitar lanzarme a su boca y a sus pechos, al aproximarme a su cuello, sentí el alivio de poderla disfrutar mirándola a los ojos. - ¿Qué tanto has hecho con chicas? Preguntó. —No mucho, respondí. Nuestras pieles quedaron marcadas por las cuerdas que dibujaban el mapa rojo del placer. Tenía muchas ganas de estar con ella y con Felipe al tiempo, mi auténtico vouyerismo deseaba recopilar los que serían, tal vez, los mejores retratos eróticos. Pero…

…Al despertar, besé los dedos de Felipe que como era costumbre, me tenía abrazada poniendo su mano en mi pecho. Terminamos de despertar y con la mirada puesta en el ventilador soltamos al unísono una carcajada. Lo que había sucedido la noche anterior parecería el más astuto y pretencioso relato erótico. Ni el ingenio de nuestra literatura se le parecería a la sustancialidad de los hechos. Qué forma de retar a la fantasía…

Escrito por: Romertina  @Romertina13


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