El deseo que ya no puede ser mudo



Las caricias escaseaban como la temperatura en sus cobijas. Ambos, con la cabeza recostada en la pared como si les pesara la consciencia, respiraban al unísono muy hondo y profundo; como a quien le sobra, o en realidad le falta el aire. Su voz pesada y rendida se dejaba caer en la gravedad de los hechos: - "Fue inesperado, solo sucedió...” -¿Lo disfrutaste? – Preguntó ella. –Lo disfruté… pero, en un momento no nos protegimos”. Respondió él, soltando un aire tan aliviado como abatido. Las manos de Victoria se movían frenéticamente mientras su respiración se aceleraba y su mandíbula se apretaba con fuerza; el frío quemaba su piel dejando a su paso las grietas de los poros exaltados. Ella quería responder pero no sabía qué decir, la histeria no le hace justicia a la lujuria y el llanto se le queda corto a la traición. Con la mirada puesta en un punto fijo de la pared, Victoria intentaba articular lo que parecía una oda al dolor, pero no lo logró.

Prendió un cigarrillo piel roja casi sin quitar la mirada de aquella pared blanca. Mateo, expectante de alguna reacción adoptaba la misma postura como intento de supervivencia, pestañeaba esperando una palabra pero las bocanadas de humo seguían mudas. Pasaron 25 minutos, Mateo vencido por el sueño y el silencio se dio la vuelta y se acomodó para dormir.

¿Cómo se llama lo que se siente cuando tu pareja te es infiel? A Victoria le era imposible asociarlo a algún sentimiento conocido. No era estruendoso como la rabia, no se sentía desgarrador como un profundo dolor… Era un algo que palpitaba en las entrañas y desorbitaba el corazón.

Dormía a su lado como muchas otras noches, ya llevaban 6 años apostando por compartir juntos el amanecer. Victoria, a la luz de la lámpara de madera que ella misma le fabricó, le miraba con amor, con ira, con frustración, con paciencia, con desilusión, con complicidad, con juicio, con bondad, con envidia, con deseo…

Sentía acariciar la herida en su alma cada que recorría la dureza de su clítoris, lo reparaba con su dedo corazón de arriba hacia abajo sintiendo la electricidad que eclipsaba su rabia excitada. Lubricaba con culpa, sus dedos se hundían en su ser y sus manos escurrían imágenes mentales... proyectaba en su mente la fricción del glande de su novio entrando desprovisto de látex en alguna vagina. Recreaba en su labios el sabor de esos otros labios ¿qué tan húmedos habrán estado, qué tan cálidos y cornosos eran a la vista?

Sentía una pulsión aberrante al masturbarse con tantas ganas y discreción, mientras él dormía a menos de 30 centímetros. Lo imaginaba sudoroso de ganas, con su pene demasiado erecto entrando con la decisión de vivir el momento; empotrando con fuerza como si tal vez solo se fuese a vivir una sola vez. Imaginaba el vello de sus piernas goteando lujurioso vino blanco de los fluidos de ella. Victoria se imaginaba allí de rodillas, lamiendo de aquellas piernas grandes y torneadas el placer de otra mujer. Imaginaba como la embestía, como sus bolas chocaban en su trasero, aceleró los movimientos de sus dedos, apretó los músculos de su vagina con toda la ira del caso, y estiró su cuello como si ella le gimiera al oído... ... ... finalmente llegaron los tres... En un grito enardecido del deseo que ya no puede ser mudo.

Escrito por: Romertina. @Romertina13


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